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El estado (profundo) de las cosas



“[El imperialismo es] la época del capital financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejados por todas partes la tendencia a la dominación y no a la libertad. (…) Particularmente se intensifica también la opresión nacional y la tendencia a las anexiones, esto es, a la violación de la independencia nacional (pues la anexión no es sino la violación del derecho de las naciones a la autodeterminación).”
(Vladimir I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)


El oligarca Donald Trump lleva ya tres semanas y media en la presidencia de los Estados Unidos de América y todavía es materia de debate qué va a hacer (y que va a ser) realmente en el cargo.
Trump ha recibido las más variopintas caracterizaciones desde que me acuerde: desde "nuevo Hitler", pasando por "Neo-reaganista" y la más benévola, como el mandatario norteamericano que va a desactivar la organización del imperialismo tal y como la conocíamos hasta hace poco. Ya no era simplemente. como los anteriores presidentes republicanos, el conservador que contrastaba con la oposición liberal de los demócratas. Pero me atrevo a decir, además, que no será  ninguna de las tres antes mencionadas, ni tampoco todo eso junto, no me atajo.

Lo que me anima a escribir esta columna es todo lo que no se ve, no se muestra, sobre el actual Presidente de los Estados Unidos. Y eso es, el por qué del emblocamiento de los grandes monopolios de la prensa imperialista, la intelectualidad, las personalidades de la cultura popular y como si esto fuera poco, de un sector mayoritario de la burocracia norteamericana, el denominado "estado profundo", en contra de él y su nueva Administración, en tiempo récord. Al día siguiente de su gobierno los medios de comunicación que casi en su totalidad hicieron campaña en su contra, nos mostraron las primeras marchas en contra del magnate-presidente. Los mismos medios que, dicho sea de paso, aprobaban hasta hace semanas todos los golpes de estado, guerras y asesinatos con drones urdidos y ejecutados por la Administración Obama y por las anteriores que seguían una misma línea de política exterior.

Desde la campaña de las primarias del Partido Republicano, "todos" advertían del grave peligro que supone que Donald Trump sea el Comandante en Jefe del primer ejército y del segundo arsenal atómico del mundo. Podemos leer las columnas enfurecidas en los principales diarios, revistas y publicaciones digitales llamando a Trump, como mínimo, "desequilibrado" y como el falso tribuno de una clase trabajadora que lo votó, engañada, y que les da asco y pena -lo dicen abiertamente- a estos columnistas que dicen defender el bien común.

Tenemos, en efecto, a un Presidente de los E.U.A. que formuló propuestas que significan una ruptura respecto de las líneas políticas seguidas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Esto es lo que me interesa:

-"Aislacionismo" en política exterior: no imposición del "estilo de vida" norteamericano a los demás países, respeto a que los mismos tienen sus propias prioridades nacionales, y a no derrocar cualquier régímen extranjero.

-"Proteccionismo" en política comercial: la riqueza de los E.U.A. fue "redistribuida hacia el exterior", lo que es y no es a la vez cierto. Denunció los tratados de libre comercio en vigencia, en especial el TLCAN con Méjico y Canadá, y anuló a horas de asumir el Tratado Transpacífico contra China, medida que fue apoyada por el Senador Bernie Sanders y por los sindicatos. También se opone al Tratado Transatlántico –con la Unión Europea-. El país enfrenta desde hace por lo menos tres décadas una notable desindustrialización, por la relocalización de sus fábricas en otras latitudes, preferentemente Méjico; así como rebajas fiscales constantes a los ricos y achicamiento constante del presupuesto social. Todo eso ha redundado en unos mayores niveles de desigualdad.

Por poner una sola cifra, el salario mínimo real en 40 años cayó 18%, mientras que, si el mismo hubiese recibido actualizaciones acordes con la inflación y el aumento de la productividad, debería haber recibido un aumento de 190%. ¿Adónde fue a parar esa diferencia? Explica en buena medida la desigualdad, que también se traduce en unos 40 millones de norteamericanos que deben recibir un bono para completar su alimentación. Dado que el salario mínimo es a tiempo completo, muchos trabajadores reciben menos que eso pues trabajan a tiempo parcial. Y son los que engrosan el número de beneficiarios de las ayudas sociales y el 9% de pobres que hay, oficialmente, en los Estados Unidos.

Esos son los dos temas principales, que han generado toda una propaganda de guerra, como dice Thierry Meyssan, contra Donald Trump. No las acusaciones de homofobia, misoginia o racismo, todas ellas por demás confusas y bastantes bombas de humo para construir la imagen del "loco" peligroso, del "dictador" que estaría secuestrando la democracia americana. No son pocos los que inclusive llamaban al régimen norteamericano "plutocracia" o advertían sobre su deriva fascista -como el ex Senador por Texas Ron Paul-, ¡durante los años de gobierno de Obama! y ahora defienden la existencia de una auténtica democracia, o lo que queda de ella, en E.U.A. y que hay que actuar para salvarla. Volveré sobre este tema de la República más adelante.

Fue, ante todo, el aspecto económico lo que determinó que Donald Trump fuera electo presidente -por el colegio electoral, aunque en el voto popular ganó Hillary Clinton, lo que para la "democracia" americana no importa-. El crecimiento económico durante la era Obama no rebalsó hacia la clase trabajadora. Las bajas tasas de interés sólo sirvieron para alimentar al sector financiero, en tanto que el grueso de ese crecimiento económico benefició a la cúspide de la sociedad, el famoso -y no por eso menos real- 1% que recibió el 97% de las ganancias de esta bonanza. La tasa de desempleo bajó, pero también, al mismo tiempo, se triplicó el número de personas que dejaron de buscar trabajo. La deslocalización fabril y el cambio tecnológico fueron determinantes para este escenario en el que lo único que creció fueron los empleos del sector servicios, precarios. Y la clase trabajadora, que no quiere sólo pan sino también respeto, no se conformó con esta lánguida recuperación nominal con la que no ganó un centavo.

¿Es entendible que la clase trabajadora haya votado por Donald Trump? Para el Premio Nobel de Economía Paul Krugman los trabajadores que votaron por él son unos "estúpidos". Para que la intelectualidad liberal se dirija con tanta violencia a los trabajadores, seguramente había una opción mucho mejor que la de Donald Trump... y no la había. ¿Es legítimo que los trabajadores hayan votado por Trump, entonces? Lo es, absolutamente. Él formuló propuestas de campaña de ruptura, al contrario que su contrincante Clinton, y supo leer el descontento de los estados más afectados por la deslocalización industrial y aquellos históricamente más golpeados por la pobreza, y que son más conservadores en lo social, del Centro-Sur de los Estados Unidos. Esta alianza "progresista" en la cáscara de los planteamientos económicos y "conservadora" o "tradicionalista", reedita de cierta manera la que supo llevar adelante el Partido Demócrata del New Deal (el Estado de Bienestar) hasta los años '60. Por lo que no deberíamos sorprendernos de que la clase trabajadora defraudada por un presidente como Obama que no cambió nada en ocho años, se haya inclinado por Trump, lo suficiente como para permitirle ganar en el colegio electoral.

Es estendible, pues, que cuando la izquierda y/o progresismo en los Estados Unidos había abandonado (como señala Walter Michaels en su The Trouble on Diversity) la lucha contra la desigualdad socioeconómica, adoptando la bandera de la lucha por la diversidad (Clinton como la candidata de "mujeres, gays, lesbianas, trans, negros, pobres"), entonces esta aceptación del statu-quo, del fatalismo económico, de que lo único que funciona es el capitalismo neoliberal globalizado de salarios bajos para todos y fronteras abiertas para que los trabajadores se vean forzados a migrar allí donde haya -temporalmente- trabajo, pero no hacer nada para que las condiciones al interior de todo país sean las mejores, que el trabajador no se vea obligado a irse.

Como todo esto fue descuidado por completo, y como el único progresismo de planteamientos igualitaristas, el del Senador Bernie Sanders, terminó por aliarse con Clinton, el terreno no podía quedar menos que allanado para un Trump.

Los cuestionamientos por el "aislacionismo", que hacen los mismos que nunca se preocuparon por otra cosa que la competitividad miserable de la economía se ven reforzados por su oposición virulenta a todo cambio en la política exterior. Trump mostró que quiere arreglar las relaciones con Rusia y China y que quiere combatir, de verdad, a la Organización del Estado Islámico, que denunció fue "fundada por Obama", y si no fuera exacto lo que dice, está muy cerca. Pero el Congreso ya le prohibió por ley levantar las sanciones económicas a Rusia, mediante un acuerdo entre demócratas y republicanos. La CIA, poco antes de asumir Trump, ya le había formulado una agresiva advertencia pública luego de que el entonces presidente electo comparase a ese organismo con la Alemania nazi. El Departamento de Estado, que ejecutó todas las guerras imperialistas contra los pueblos del mundo, presentó su dimisión en masa tras la asunción del mandatario republicano. Estamos ante un levantamiento de la burocracia norteamericana.

Volviendo al tema de la república. Vemos a las élites, de repente, preocupadas por la salud de la república en los Estados Unidos. En griego, la palabra "democracia" no se distingue de "república", son lo mismo. Por lo que la intelligentsia indignada a veces me hace acordar a quienes también tacharon de desequilibrado, arrogante, fanfarrón y de adicto al poder al popular dictador vitalicio de Roma Cayo Julio César, cuyo asesinato en 44 Antes de Nuestra Era precipitó el final de la república que sus asesinos pretendían "restaurar". En Argentina, las fuerzas armadas derrocaron al "tirano" Juan Domingo Perón en 1955 e implantaron una dictadura que proscribió al partido peronista, al cual adherían -adhieren- 6 de cada 10 argentinos, durante 18 años. En Chile se hizo imperioso "salvar" la república del comunista Allende. Las élites ilustradas vieron como aceptable la dictadura del Gral. Pinochet durante 17 años. En todos esos casos, a los pueblos que "no sabían votar" les aplicaron una tremebunda medicina las élites que sí sabían lo que había que hacer. Con esa misma prepotencia parece que tratan hoy a los norteamericanos. El último presidente de los Estados Unidos que intentó normalizar las relaciones con Rusia (entonces Unión Soviética), el "poder compartido" fue John F. Kennedy con la "coexistencia pacífica" y lo asesinaron.

¿Por qué un gobierno de planteamientos tan contradictorios tiene una feroz oposición de los medios de comunicación y de la élite tradicional? Hay dos sistemas enfrentados a muerte, como señaló certeramente Thierry Meyssan. Y que exista esta contradicción intra-imperialista no quiere decir que nosotros no debamos identificarla. Mayores niveles de proteccionismo no acaban con el imperialismo. El poder global, tal y como se había demostrado en la larga experiencia de 1870-1945, puede ser "compartido": Estados Unidos fue durante todo ese tiempo la primera potencia económica del mundo, pero Gran Bretaña era la primera potencia comercial, militar y colonial. También existían otras potencias imperialistas: Francia, Alemania, Austria-Hungría... Por lo que no debería de extrañarnos este reacomodamiento de las piezas.

Nada es igual. No me parece aceptable el imperialismo de la OTAN violando la autodeterminación de las naciones, el imperialismo de Clinton-Obama-Bush destruyendo países enteros que se resistían a la libertad de comercio y a la plutocracia imperial. Tampoco me parece aceptable el otro imperialismo, con mayores dosis de proteccionismo. El análisis mío es el de qué es lo que está cambiando en el fondo y no en tanto en las tan distorsionadas formas. Quienes afirman que hacer ver las contradicciones del anti-trumpismo es de partidario de las teorías de la conspiración o de proto-fascista, o que, cuando advertimos que está en proceso una reorganización del orden mundial nos llaman triunfalistas, les digo que la existencia de varios polos no implica el final del imperialismo. Que el final del imperialismo será el final del capitalismo. Trump no va en esa dirección. Pero el camino emprendido -que tiene, como estamos viendo, duros oponentes, la reacción liberal/ globalista- está desatando conflictos. No estamos ante una Administración más. Esto lo que más me llama la atención. No toda la superficie, que es lo único que interesa mostrar a los liberales-globalistas.

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